El alma del hombre

Hace como veinticinco siglos, un hombre muy atento advirtió que lo más real en un ser humano, lo que en última instancia dirige su vida con una potencia mucho mayor que todo lo biológico y toda su circunstancia, no es otra cosa que el discurso que uno se dice a sí mismo sobre sí mismo; es decir, la teoría, rara vez explícita pero siempre actuante, que tenemos cada uno sobre nosotros mismos (lo que incluye inevitablemente, si se mira bien, una teoría también sobre la realidad, sobre los demás y sobre Dios).

Pues bien: esa teoría o metarrelato, que no existe en ninguna parte más que en el pensamiento, pero que no por ello deja de ser para el hombre lo más real ¿quién se atreverá a sostener la estupidez de que lo inmaterial no es real para nosotros?— es, realmente, lo más poderoso en él, lo que impera sobre su vida: lo que la gobierna. Esa autoteoría, en efecto, será la que modele decisivamente una vida humana, con un poder mucho mayor que el de su mera realidad. Ella es lo que con más fuerza actúa sobre una persona: o sea, sobre sus trayectorias biográficas (no se olvide que no somos cosas ya hechas, sino seres haciéndose, por hacer, o con palabras de Julián Marías, seres vinientes).

Por todo lo dicho, ese hombre tan atento que fue Sócrates (o sea: tan enamorado; pues la atención es un acto de amor, como decía una santa mujer), enseñó en su día, con bella metáfora, que dicha tesis, tan íntima, de cada uno sobre sí mismo, era en cada cual nada más y nada menos que su misma alma.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Saber esperar

Por una verdadera oposición