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Saber esperar

La vida humana es un continuo vaivén de la inspiración a la espiración, de la sístole a la diástole, de la mañana a la noche. Pero todo ello no en sentido biológico o natural, sino muy sobre todo en sentido unamuniano: en sentido  biográfico. Digamos que hay dos tipos de momentos en nuestra biografía: momentos de vivir, y momentos de esperar; momentos de aconteceres y momentos de puro reposo.  La espera es media vida humana.  Por ello, quizá, mandara Dios guardar el Shabat como un día de pura espera puesta en ejercicio: porque en la vida hay que «saber esperar», con la expresión que usa Machado en sus Proverbios . La vida es, en gran medida, un «esperar que suba la marea» (por decirlo ahora con el cantautor español), y que traiga consigo, la mar, sus novedades. Esta es la raíz de toda esperanza: que nada ocurrido tiene autoridad para decirnos que no hay ya más novedad “por esperar”. Si lo dice, miente.  Si nos lo decimos, nos mentimos. No existe la última palabra sobre nada; menos, si

Decálogo previo a todo decálogo

Una vez escribí este 'decálogo', algo escandalizado por cristianos (lo escribo como cristiano) que se conformaban con cumplir en abstracto, quizá, el decálogo de Moisés, pero que olvidaban cosas elementales de moral, de prudencia, de sabiduría, etc., que me escandalizaban. He aquí el decálogo. 1. No te autorices a gozar con el mal ajeno. 2. No seas caradura, ni vago, ni perezoso. 3. No incordies sin necesidad a nadie. 4. No hables mal del bueno, ni de lo bello. 5. No digas "Estoy seguro" de algo, si no lo estás. 6. No utilices a los demás para tus fines. 7. No te enfades, ni exageres, ni te quejes. 8. No te engrías ni te jactes jamás de nada. 9. Busca siempre tu propio bien: o sea, el de todos. 10. Ni se te ocurra pensar nunca, ni por un momento, que ya lo sabes todo.

Pensar la frustración

La estructura formal de una frustración humana suele presentar el siguiente esquema: hay en el sujeto una anticipación de la realidad que, por cualquier motivo, no se cumple tal cual fue anticipada, y eso crea en él malestar, irritación, miedo, ira o desasosiego. Entre otras cosas, esto lleva a que uno sienta que no ha habido adecuación entre lo que él es (o lo que un objeto del mundo es), y lo que él ha hecho o tal objeto del mundo ha hecho. En una palabra: frustración significa que no se ha cumplido una expectativa. Podemos, desde aquí, esbozar un remedio eficaz para toda frustración: a saber, el de ser menos ambicioso en las expectativas.  Y para ello, contemplar y considerar el misterio de cada cosa, la parte incognoscible de ellas: y así tomar conciencia de que no conocemos suficientemente las realidades como para poder anticipar, con certeza, nada. Cuando meditemos esto lo suficiente, dejaremos poco a poco de tener expectativas sobre lo que no se puede ni se debe tener: dejaremo

Para Greta

Si quieres controlar a un hombre,  descubre un miedo suyo  y magnifícalo al máximo.  Asústale con él sin compasión,  atemorízale a diario,  procura que se obsesione;  no dejes que pase un solo día  en que no se acuerde de él.  Y cuando veas que no hace el hombrecillo  otra cosa  más que hablar de su miedo a tiempo y a destiempo,  sábete que ese hombre ya es tuyo para siempre.

El único obstáculo

El único obstáculo entre un hombre y la sabiduría es que se considere ya en posesión de ella, es decir, que crea saber ya cómo ha de vivir su vida (o que lo crea saber, por él, el discurso de la tradición, de la cultura, de la gente, de la costumbre, de los libros, de la religión). Uno que ya sabe, no pregunta. El que no pregunta, no necesita una respuesta. El que no necesita respuesta, no la desea. El que no la desea, no la busca. Y el que no la busca (con el corazón ardiendo), ¿cómo va a encontrarla?

El alma del hombre

Hace como veinticinco siglos, un hombre muy atento advirtió que lo más real en un ser humano, lo que en última instancia dirige su vida con una potencia mucho mayor que todo lo biológico y toda su circunstancia, no es otra cosa que el discurso que uno se dice a sí mismo sobre sí mismo; es decir, la teoría, rara vez explícita pero siempre actuante, que tenemos cada uno sobre nosotros mismos  (lo que incluye inevitablemente, si se mira bien, una teoría también sobre la realidad, sobre los demás y sobre Dios). Pues bien: esa teoría o metarrelato, que no existe en ninguna parte más que en el pensamiento, pero que no por ello deja de ser para el hombre lo más real   — ¿quién se atreverá a sostener la estupidez de que lo inmaterial no es real para nosotros?— es, realmente, lo más poderoso en él, lo que impera sobre su vida: lo que la gobierna. Esa autoteoría, en efecto, será la que modele decisivamente una vida humana, con un poder mucho mayor que el de su mera realidad. Ella es lo que co

Dios, motor biográfico

Tradicionalmente se ha hablado de Dios como del Fundamento de la totalidad de lo que existe, como de la Causa que lo sostiene todo, etc. Y puede que Dios sea ese Fundamento. O quizá no: quizá en su libertad haya querido Dios hacer al Universo de alguna manera como algo que, una vez creado, fuera autosuficiente en sí mismo, como el que hace un regalo desde un anonimato absoluto, pensado expresamente como tal. Quién sabe.  En todo caso, pocas veces se ha hablado de Dios en el sentido que a mí me parece más importante: el de Fundamento de la biografía personal de cada uno. Sería ese Dios no tanto un Motor Inmóvil, a lo Aristóteles, del Universo como un Motor que mueve y empuja las biografías , el motor de cada persona que se está haciendo a sí misma cada día: un Motor biográfico que empuja el corazón de cada uno a vivir, a ser quien realmente se es, a amarse a sí mismo y a los demás, a saber esperar, a seguir adelante en la vida, a caminar con prudencia y acierto, para seguir buscando la